Shu y Tefnut tuvieron dos hijos: Geb y Nut. Tanto se amaban estos dos dioses que pasaban el tiempo fuertemente abrazados el uno a la otra. Tuvo que ser Shu, que es aire, quien con mucho esfuerzo se introdujese entre ellos y los separase: Nut se convirtió así en el Cielo y Geb en la Tierra y entre ellos aparecieron la luz y el espacio.
A Geb no le hizo ninguna gracia esta separación traumática de modo que un día pagó a su padre con la misma moneda, secuestro a su madre y obligó a Shu a retirarse al cielo.
Cada mañana Nut se traga a las estrellas y las devuelve a la vida por la noche, y cada atardecer concibe al sol que volverá a nacer al alba. Nut es el cielo protector y símbolo del continuo renacimiento por lo que su imagen decoraba las tapas de sarcófagos y ataúdes.
Este mito de la separación dio pie a diversas y bellísimas representaciones en las que Geb, la tierra fértil, oscuro como el rico limo que deja el Nilo, yace bajo su hermana, el cielo estrellado, que le cubre con manos y pies apoyados en el suelo.
*Fuente: Joyce Tyldesley: Mitos y leyendas del Egipto antiguo.
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