El tercer periodo intermedio terminaba con un país dividido y los sirios adueñados de Egipto. Pero como un imperio tan grande como el Persa da mucho que hacer, dejaron de regente al sabio Psamtek I que buscó alianzas militares con los libios y comerciales con fenicios y griegos, y de paso se ganó la simpatía de los gobernantes provinciales y de los sacerdotes de Amón-Ra: un crack como diplomático.
Durante la misma XXVI Dinastía y según Heródoto, con Ahmose II, Egipto alcanzaría su más alto grado de prosperidad, ¡con un número de ciudades que alcanzaría las 20.000! Un fruto tan sabroso volvió a apetecer a los persas y Cambises vence a Psmtek III en 525 a.C. e instaura la dinastía XXVII.
Que Darío I concluyese un canal que unía el Nilo con el Mar Rojo no oculta la tensión en una aparente estabilidad y las esporádicas revueltas locales llevaron finalmente a una reconquista de éxito con Amirtaio, último soberano realmente nativo del que disfrutaría la civilización egipcia y único representante de la Dinastía XXVIII.
Tras un periodo de independencia de 60 años, la Baja Época terminaría con un nueva invasión persa y la instauración de una dinastía marcada por el saqueo de los templos, la demolición de las defensas de las ciudades, la brutalidad y la incompetencia administrativa: un suelo fértil para la rebelión.
*Fuente, Alan B. Lloyd: "La Baja Época (664 a 332 a. C.)", en la citada Historia del Antiguo Egipto de Ian Shaw.
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